Tras el post sobre cómo preparar un viaje a Irán, hoy quiero hablaros de mi experiencia en Isfahán, la primera ciudad iraní que visité y, con toda probabilidad, la más bonita del país.
Irán era un destino que por su historia, cultura y arquitectura hacía tiempo que quería conocer. La reciente simplificación en los trámites de obtención del visado, la cercanía con Dubai (donde vivía) y las múltiples conexiones (con vuelos diarios a Tehran, Shiraz, Mashad, Isfahán...) hacían que fuera un destino que tuviera ''a mano'' y resultara un viaje fácil de preparar. Por ello, a mediados de abril de 2018, decidí lanzarme y comprar un billete de ida a Isfahán, una de las joyas de Irán y uno de los destinos que, pasado el tiempo, más me he alegrado de visitar.
El vuelo desde Dubai duraría 1 hora y media. La mayoría de pasajeros eran iraníes, por lo que los trámites en inmigración resultarían mucho más rápidos de lo que había imaginado. Al descender del avión tomaríamos un autobús hasta la terminal, donde se encontraba la oficina en la que tramitar el visado. Los funcionarios fueron amables, eficaces y todo el papeleo (contratación del seguro, comprobaciones de billetes de vuelta, reservas de alojamiento...) se resolvió en 20 minutos.
Tras cambiar dólares en riales, saldría de la terminal en busca de transporte para llegar al centro de la ciudad. A los pocos metros, decenas de taxis amarillos aguardaban la llegada de los últimos turistas del día, y al comprobar la inexistencia de autobuses (al menos a la hora de mi llegada) procedí a una de las actividades de riesgo de cualquier viaje: negociar con taxistas en un país que no conoces, a altas horas de la noche, en un idioma de signos y sabiendo que ellos tienen las de ganar, pues digan el precio que digan saben que son tu única alternativa.
Sorprendentemente, tras cambiar a euros las varias decenas de miles de riales que me pidieron, me di cuenta de que me querían cobrar tan sólo 5 euros por más de media hora de trayecto, entendiendo que los taxistas habían sido honrados y la gasolina en Irán era realmente barata.
Ya en Isfahán y bien entrada la noche, me dirigí al que iba a ser mi alojamiento durante los próximos 3 días, la casa de una familia que, en el piso superior de la vivienda, había habilitado varias camas y un baño a modo de guesthouse. Este tipo de alojamientos, aunque no del todo legales, son frecuentes en Irán, y además de resultar mucho más económicos que un hotel, son toda una experiencia. Durante mi estancia me tratarían como a uno más de la familia, me invitarían a cenar a la llegada, me prepararían el desayuno a diario, me darían una guía de la ciudad, y hasta llamarían a la estación de autobuses para reservar mi viaje a Teherán...todo fueron facilidades y buenas palabras.
Ya al día siguiente comenzaría mi recorrido por Isfahán, una ciudad que a mediados del siglo XVI (durante el reinado del Sah Abás el Grande), se convertiría en capital del Imperio Safávida y en una de las urbes más importantes de la época, dando lugar a la construcción de palacios, templos y monumentos que a día de hoy siguen constituyendo una maravilla arquitectónica. A pesar de contar con más de millón y medio de habitantes (siendo la tercera ciudad del país, sólo por detrás de Teherán y Mashad), Isfahán conserva buena parte de su esencia, y es que al caminar por sus calles uno parece trasladarse siglos atrás.
Si hay un lugar que tenemos que visitar en Isfahán es la Plaza de Naghsh-i Jahan (o plaza del Imán). Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, constituye la plaza más grande de Irán y una de las más grandes del mundo, encontrándose en sus alrededores buena parte de los atractivos de la ciudad. Si al norte de la plaza se encuentra la entrada al Gran Bazar, al sur está la Mezquita del Iman Jomeini, cuyas dimensiones y decoración a base de mosaicos azules os dejarán sin palabras. Al este de la plaza encontramos otra de las grandes mezquitas de Isfahán, la del Jeque Lutfallah, y al oeste el Palacio de Ali Qapu, desde cuyo balcón es posible admirar la totalidad de la misma en todo su esplendor. Realmente es un lugar único, cuya grandeza es sólo comparable a la de grandes plazas, como la Plaza Roja de Moscú o la de Tiananmen en Pekín.
Visitar cada uno de los lugares de interés de la plaza puede llevar horas, por lo que no es de extrañar que dediquéis varios días a recorrerla. Además de su atractivo turístico, la plaza constituye el centro neurálgico de la vida de Isfahán, siendo lugar de rezo, de reunión de amigos, parejas y hasta familias enteras, que aprovechan sus zonas ajardinadas para hacer un picnic, actividad muy popular en la ciudad.
Tras varias horas disfrutando de la Plaza del Imán (a la que volvería cada día) continuaría mi recorrido por Isfahán un tanto a ciegas, olvidándome de mapas y guías y dejándome llevar por una ciudad que me resultaba ciertamente agradable.
Isfahán está repleta de parques, grandes avenidas peatonales y lo extranjero sigue resultando una excepción. Por sus calles encontraría todo tipo de tiendas, restaurantes y puestos de comida rápida, pero nada de Mcdonalds o marcas occidentales, todo eran negocios locales con marcas y productos locales, algo que agradecía. Aunque se notaba cierto turismo, la mayoría parecía local, por lo que ver a un extranjero y más viajando solo llamaba la atención. En varias ocasiones se me acercaría alguien por la calle a preguntarme si estaba perdido, necesitaba ayuda, cuál era el motivo de mi viaje o la opinión que tenía de su país.
Otro de los atractivos de Isfahán, más allá de la Plaza del Imán, es visitar alguno de los 11 puentes de la ciudad. De entre todos el que más destaca es el Si-o-se Pol, o Puente de los Treinta y tres Arcos, que construído a principios de siglo XVII cuenta con una longitud de casi 300 metros. En él, encontraréis multitud de parejas paseando, haciendo fotografías, artistas pintando y vendiendo sus cuadros, niños jugando al fútbol en alguno de sus arcos...resultando un lugar muy concurrido y con mucha ''vida'' a casi cualquier hora del día. Otros puentes cuya historia y arquitectura merecen una visita son el de Khaju, conocido también como Baba Roknoddin, o el de Shahrestan, algo más alejado del centro.
Apurando mi último día completo en Isfahán, visitaría dos de los lugares más interesantes de la ciudad, el Palacio Chehel Sotoun, característico por sus 40 columnas de madera y cuyo jardín sería declarado Patrimonio de la Humanidad (como ejemplo de jardín persa), y la Catedral armenia de Vank, que ubicada en el barrio de Jolfa, destaca por las pinturas y conservación del patrimonio artístico de su interior. Ambos lugares los había ido ''dejando'' puesto que, sobre todo la Catedral de Vank, quedaban algo apartados del centro, pero tras visitarlos puedo decir que son totalmente recomendables.
Aunque 3 días fueron más que suficientes para visitar la ciudad, lo cierto es que no me hubiera importado quedarme alguno más, y es que aparte de su historia o patrimonio cultural, Isfahán me pareció un lugar único, acogedor, y muy diferente a cualquiera de las ciudades que había visitado en Oriente Medio o el sur de Asia. Irán es uno de esos países con una personalidad propia muy marcada, y si ya Isfahán me había causado una buena impresión, no podía esperar a conocer su capital.
Tras despedirme de mi familia de acogida y comprar un avituallamiento para el viaje, me dirigí a primera hora de la mañana a la estación de autobuses con la mente puesta en mi próximo destino: Teherán.
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